Una fe que sobrevive a todo: Lecciones de un cuento medieval sobre la verdad del Evangelio.
"Lo que la historia de un judío en el Decamerón de Boccaccio nos dice sobre el poder del Evangelio, aún en medio de la corrupción religiosa."
En medio de una colección de cuentos escrita en el siglo XIV, mucho antes de la Reforma Protestante, encontramos una historia que, curiosamente, nos habla hoy con mucha fuerza. El autor es Giovanni Boccaccio, un escritor italiano que reunió en su Decamerón cien relatos de todo tipo. Uno de ellos se titula Los motivos que tuvo un judío para convertirse a la religión cristiana. Aunque Boccaccio vivía en una Europa profundamente católica y escribía desde esa visión, el corazón de este cuento toca un punto clave para nuestra fe: ¿por qué alguien decide seguir a Cristo?
En el relato, un comerciante cristiano quiere convencer a su amigo judío de que se convierta al cristianismo. Le propone que vaya a Roma y vea por sí mismo cómo vive el clero. El plan parecía arriesgado: lo más probable era que la corrupción que allí se viera alejara al judío para siempre. Pero pasó lo contrario. Al ver el estado de la Iglesia y, sin embargo, constatar que el cristianismo seguía vivo, el judío concluye: “Si esta religión sigue adelante a pesar de quienes la representan tan mal… ¡debe ser verdadera!”.
¿Qué nos dice esto desde una mirada evangélica?
Que no es la perfección humana la que convence a las personas, sino el poder del Evangelio. Tal como dijo Pablo:
“No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
A veces nos preocupa que el mal testimonio de algunos pueda alejar a los que están buscando a Dios. Y es cierto: debemos vivir con integridad. Pero también es cierto que el poder de Dios va mucho más allá de nuestras debilidades. Pablo lo expresó así:
“Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).
El judío del cuento de Boccaccio no se convirtió por ver a una Iglesia perfecta. Se convirtió porque, más allá de la corrupción, vio que la fe cristiana tenía una fuerza que no venía de los hombres. Eso debería animarnos. No a vivir como queremos, sino a confiar en que el Espíritu Santo sigue obrando.
Como Jesús dijo:
“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Esta historia, aunque escrita siglos antes del despertar bíblico de la Reforma, nos recuerda algo fundamental: la verdad de Cristo no necesita ser adornada. Solo necesita ser anunciada con fidelidad. Porque cuando alguien busca sinceramente, el Espíritu Santo se encarga de abrir los ojos.